Es esta – junto con el “¿de dónde sacas el tiempo?” – una de las preguntas recurrentes en muchas conversaciones que tengo y mails que recibo. Me refiero a los “ya, pero ¿y eso cómo se te ha ocurrido?”, a los “pero ¿de dónde sacas tú esas ideas?” y a los “uff, bien visto! Vaya ojo tienes! ¿cómo lo haces?»
Y la verdad es que no hay una respuesta única. O al menos yo no la conozco. Porque creo que esto depende en gran medida de cada persona. Cada uno tenemos unas capacidades distintas, unas habilidades determinadas y, sobre todo, una forma distinta de ver la realidad. Y es desde ahí como se generan las ideas. Eso si, creo poco en los genios. En esos “seres mitológicos” capaces de acertar siempre y de dar siempre en el clavo. Creo mucho más en eso de que “las musas te pillen trabajando” y en mantener siempre una mirada curiosa ante lo que pasa delante nuestro. Creo mucho más en formarse y estudiar el entorno, para una vez hecho eso, unir los puntos. Creo también mucho en que una vez analizado el problema y desmenuzados sus componentes, hay que dejarse llevar y confiar en la intuición, que suele ver las cosas antes que la cabeza. Creo en escuchar esa vocecilla que – si no la has matado según has ido cumpliendo años – de vez en cuando te habla y te dice cosas al oído que consiguen que todo haga “click«.
Creo que, en cierto modo, esto de la inspiración y la generación de ideas, se parece bastante a la cocina, donde la clave no está en la genialidad “de origen divino» del cocinero, sino que está más bien en combinar en la medida justa una buena despensa, conocimientos técnicos, buena mano, una pizca de audacia a la hora de combinar ingredientes, y en equivocarse bastante. Y en una profesión como la nuestra, donde lo mismo estás un día con un cliente que comercializa un software de gestión empresarial, como con otro que lo que vende es el mejor cordero del mundo mundial, o un gran grupo que gestiona las mejores estaciones de esquí de España, a esa receta hay que añadirle un buen pellizco de empatía. Empatía para ser capaz de entender a tu cliente, y sobre todo, al cliente de tu cliente, que es la clave de todo.
Obviamente, como casi todo lo bueno en esta vida, llegar a ese punto en el que las cosas “se te ocurren”, implica dedicarle tiempo. Cuanto más tiempo llevo conociendo un mercado o un sector, más rápido se me ocurren ideas. Porque más fácil es unir los puntos y ver nuevas perspectivas. Y a todo hay que ponerle un cierto ojo crítico. Filtrarlo todo en base a lo que ya conocemos (o intuimos), y hacer nuestra la idea. No hay nada más feo que copiar las ideas de otros (y eso de que “la imitación es la mejor forma de halago” me parece una excusa pésima) y por eso es importante tener ideas propias y desarrollar una visión propia de la realidad. Porque así, si lo hacemos bien, será mérito nuestro, y si lo hacemos mal y nos equivocamos – que nos equivocaremos – podremos analizar por qué. Porque equivocarnos no debería darnos miedo. De hecho, la única forma de no equivocarse es no hacer nada. Pero eso implica seguir la corriente, algo que sólo hacen los peces muertos. Y nosotros debemos aspirar a estar muy vivos.
Esta semana, en el vlog (¿ya te has suscrito al canal de youtube?) comentaba también este tema y explicaba un poco más qué hago para mantener vivo ese flujo de inspiración y conocimientos. Si te interesa, puedes verlo aquí. Por si te sirve de inspiración 😉
Paz!
L.
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