Nuestra vida digital está regida por los algoritmos. Ellos deciden lo que vemos y lo que no vemos. Ellos marcan nuestra dieta de contenidos. Y en lugar de hacerlo en base a nuestras analíticas de sangre, lo hacen en base a nuestras analíticas de interacción. Si algo nos gusta, nos muestra más de eso. Si algo lo ignoramos, lo elimina del menú. Tan fácil como eso. Tan grave como eso.
Carl Caesar se preguntaba la semana pasada: ¿el algoritmo puede cambiarnos la vida? y creo que la respuesta es que si… si nosotros no actuamos. Porque el algoritmo ejerce como un censor de facto de contenidos y es capaz de hacernos ver unas cosas, y ocultarnos de la vista otras. Básicamente nos hace circular por las redes con orejeras, como a los burros, viendo solo aquellos contenidos que ya sabe de antemano que nos van a gustar en base a nuestro histórico. Sin riesgos ni pruebas innecesarias. Somos todos como hijos únicos malcriados, a los que solo nos dan de comer patatas fritas y pizza, nunca acelgas, para no oírnos protestar ni vernos torcer el morro.
El impacto de esto es mucho mayor de lo que nos imaginamos. A todos los niveles. Como usuarios, vivimos en la falsa idea de que el mundo es tal y como a nosotros nos gusta, sin sobresaltos, sin ataques a nuestros principios y valores, pero nos hurta la posibilidad de exponernos a cosas nuevas, a otras formas de ver y entender la vida, con todo lo que eso tiene de enriquecedor. Como marcas y/o creadores de contenido, limita nuestro alcance, entrando en un bucle en el que la (teórica) meritocracia de la red falla al alterarse una de sus variables, la de la exposición. Es muy difícil conseguir reacciones si se limita el alcance. Es muy difícil conseguir alcance si no se despiertan reacciones. Y a mayor dimensión de la comunidad, mayor es el impacto (limitante) del algoritmo.
El algoritmo en si mismo no es ni bueno ni malo. Es simplemente necesario para filtrar la inmensa cantidad de contenido a la que estamos expuestos. Pero hemos de ser conscientes de su existencia para, como usuarios, saber que está en nuestra manos “educar” al algoritmo mostrando más facetas de nosotros mismos e interactuando con «los otros«, y como marcas y/o creadores de contenido, siendo conscientes de que, a ojos del algoritmo, un «mal» contenido capaz de despertar reacciones es mejor que un «buen» contenido que no es capaz de generar un click. Porque los clicks de hoy, serán los impactos de mañana. Y para el algoritmo somos tan buenos como las reacciones que seamos capaces de generar. El algoritmo si que tiene bien claro quién es influencer y quién no. Sin tontadas. Sin mamoneo. Tanto generas, tanto mereces. Y si quieres más, lo pagas.
Paz!
L.
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