No sigas la corriente

La semana pasada me escapé a Oporto. En el camino de ida, circunvalando Burgos en la moto, tuve una sensación extraña. TODAS las casas, urbanizaciones y bloques me resultaban familiares. Podrían estar perfectamente en mi Zaragoza natal, en Logroño o en la periferia de cualquier otra ciudad española. Ladrillo cara vista, 5 alturas, mamparas de cristal al ácido, terrazas cerradas con cristales sin perfil, ¿te suenan? Seguro que en tu ciudad también las tienes.

Las modas, las tendencias, están bien, casi diría que son inevitables hoy en día y cada vez más globales, pero el problema que genera es que, a poco que te muevas, crea esa sensación de «esto ya lo ha visto antes«. Me pasa cada vez más cuando paseo por el centro de las grandes ciudades, copadas todas ellas por las mismas tiendas, los mismos escaparates, pero también pasa cada vez más con las marcas, dolorosamente parecidas entre sí, con mensajes intercambiables y «experiencias» – van a acabar consiguiendo que odie la palabra de tanto usarla… -, especialmente las digitales, totalmente estandarizadas.

Una cosa es facilitar la vida a los usuarios eliminando frenos, otra convertir la experiencia de cliente en un estándar a cumplir y encima externalizar tus principales puntos de contacto con tu audiencia. Si, externalizar. Porque eso es lo que haces si tu comunicación se basa únicamente en publicar en facebook, twitter o Instagram en lugar de crear tus propios canales de relación con ellos. De hecho, me juego la mano izquierda a que si tapo el nombre de usuario de muchas publicaciones, no serías capaz de identificar de quién es. ¿Es eso bueno? Estarás conmigo en que NO.

Que sí, que es ahí donde están los usuarios y bla, bla, bla, no te molestes en ponerme un comentario diciendo eso, que me lo sé. Pero además de «estar«, habrá que SER, no? Lo digo porque tengo la sensación de que demasiadas marcas se están limitando a ser «una cara bonita más«, pero en realidad no tienen una historia detrás, no hay esencia, no hay contenido real, no tienen «un porqué».

Y de las caras bonitas, por bonitas que sean, nos acabamos cansando, especialmente si vivimos rodeados de ellas. Lo que de verdad engancha, lo que recordamos, son las cicatrices, las arrugas, las heridas… y las historias que las han causado. Porque para conseguirlas se ha vivido. Porque esas sí que son únicas. Sí que forjan carácter. Sí que aportan personalidad.

Deberíamos dejar de ver las redes como un escaparate en el que lucirnos o una fachada con la que fingir ser lo que no somos (bloques de 5 alturas y ladrillo cara vista) y pensar en ellas como sofás en la terraza o alrededor de la chimenea, donde ponernos cómodos, reunirnos con gente que nos importa y compartir confidencias, historias, ideas, intenciones, obsesiones. Ir mucho más allá de la promoción y el producto. Entender que más no es necesariamente mejor. Que primero es la relación y luego la transacción. Y que lo distinto, lo especial, lo auténtico, SIEMPRE gusta más. Y que gustarle a los adecuados es MUCHO mejor que resultar anodino a la mayoría.

Así que, no sigas la corriente porque sí. No imites a tu competencia. No copies. No te quieras integrar. Sé único. Sé especial. Sé de verdad. Con tus fallos, tus cosas, tus ideas propias y tus particularidades. Show some soul. Demuéstrame por qué tú… y no el resto. Conquístame.

Paz!

L.

PD.- Oporto me encantó una vez más (3ª visita), tanto por la ciudad en sí misma, sus edificios y la vida que transmite, como por la compañía. No siempre va uno a una fiesta siendo «la portada» del anfitrión… 😉

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Lucas

Mi nombre es Lucas. Generación del 71. Soy Harlysta, esquiador y eMTBiker. Trabajando en el mundo del Marketing y la Comunicación desde 1994. Por cuenta propia desde 2006, ayudando a las marcas a (re)conectar con sus clientes. Y eso suele incluir repensar mensajes, beneficios, textos, estrategia de marca, canales, audiencias y formas de contarlo. Con un gran peso de todo lo digital, como es natural en estos tiempos.

Comentarios

  1. Magnífico post.
    Leyéndolo he recordado el arte del Kintsugi, esa tradición japonesa de reparar la cerámica fracturada con resina de oro. Cada cicatriz es una vivencia que nos diferencia de los demás, que nos hace más «yo».
    Es la historia que hay detrás.
    De cada comprador y de cada vendedor.
    Magnífico post, te decía.

    1. Me flipa el Kintsugi (que no sabía/recordaba que se llamaba así). Eso de resaltar las «cicatrices» de la cerámica (tomémoslo como metáfora de la vida), en lugar de ocultarlas me parece una filosofía brutal. Quizás por eso me gustan los sofás con marcas, las cazadoras usadas… y me niego a vender mi vespa del 82 y mi Harley del 97 😉

      Gracias por pasar caballero. Siga rodando hasta el próximo faro.

  2. Me ha gustado mucho lo que dices de ir contra corriente, de ser original y eso de que primero se genera la relación y luego la transacción. Pero lo que más me ha gustado ha sido lo del video, que sales en la portada de la revista, esta se baja y apareces tú, ¡¡¡¡¡QUE BUENOOOO!!!!!.

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