El otro día, viendo el telediario, me di cuenta de que, entre mociones de censura, elecciones, pactos y demás actos circenses, España lleva ya más de un año «descabezada«, y a pesar de eso sigue funcionando razonablemente bien. O al menos, no peor que cuando nuestros maravillosos políticos (#IroniaModeON) tenían mando en plaza y el país agarrado por los cuernos.
A la vista de esto, creo que es lícito plantearnos si realmente hacen falta los políticos. No los funcionarios, los políticos. Al menos estos políticos. O cuando menos, tantos políticos.
Y uniendo cabos y pensamientos, la cabeza se me fue a «mi mundo» y creo que podemos hacer extensivo este pensamiento también a las marcas. ¿Hacen falta? ¿Tantas? ¿Y si la tuya no hiciera falta? Y créeme, para mucha gente, tu marca – igual que la mía – no hace falta. Ninguna falta. Si mañana desapareciéramos, el mundo seguiría girando, inmune a nuestra tragedia.
¿Y cómo reaccionamos cuando, en lo personal, alguien nos dice que no hacemos falta? Nos volvemos locos intentando justificarnos, buscando argumentos, encontrando, puliendo y explicando las innumerables razones por las que somos necesarios, el inmenso valor que aportamos, las innumerables ventajas que aportamos a sus vidas. Y además, nos desvivimos por demostrarlo, por recuperar ese espacio que creíamos tener conquistado y ahora vemos peligrar.
Pues así deberíamos enfocar la comunicación de las marcas. Nuestro discurso debería centrarse en DEMOSTRAR por qué «hacemos falta«. Identificar el beneficio que aportamos y contarlo. Hacerlo explícito. Hablar de cómo va a mejorar la vida de los usuarios, no la de la marca, sus trabajadores o fundadores, si sigue existiendo y le dan una oportunidad. Menos hacer molar a la marca, y más hacer molar a sus usuarios. Porque los únicos necesarios, los únicos que realmente hacen falta, son ellos, no la marca.
La marca depende de sus usuarios. Y esa relación no es simétrica. Si la marca falla, no cumple, o surge otra en la misma categoría que lo haga mejor y les haga molar más, los usuarios huirán. Salvo que hayamos sido capaces de construir una relación más allá del propio producto o servicio. Salvo que hayamos conseguido construir un significado propio al hecho de usar nuestra marca. Salvo que hayamos sido capaces de asociar nuestra marca con algo importante en la vida de nuestros usuarios. Salvo que hayamos sido capaces de apropiarnos de un territorio, que hayamos conseguido crear esa idea de que las personas que usan/consumen/visten/conducen la marca X son mejores que el resto. Solo en ese caso, nuestra marca le «hará falta» a esas personas.
Pero ojo, porque nada es permanente. Todo cambia. También los gustos, los códigos y las referencias. Así que no perdamos nunca de vista a esas personas para las que queremos ser importantes. Y hablemos de ellas, no de nosotros. Esforcémonos en que sea su vida la que mejore, no la nuestra. Porque si lo hacemos, también mejorará.
Paz!
L.
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