Una derivada de la nueva normalidad realidad es que todos hemos alcanzado de golpe el status de cliente VIP. Si vamos a una tienda, la tenemos casi entera para nosotros, con alguien en la puerta limitando el aforo. Si vamos a una terraza, la mesa de al lado queda lejos, ya nadie nos habla en el cogote. Y si queremos comer dentro – a partir de hoy, que ya se puede – aforo limitado y mesas alejadas también. Coma usted tranquilo, caballero. Pedimos por internet cualquier cosa y nos lo traen a casa, y no solo Amazon, el comercio del barrio también, especialmente el de producto fresco. Y si nos aburrimos, nos conectamos a internet y tenemos cientos de personas y marcas haciendo directos en Instagram compartiendo sus mejores contenidos y habilidades gratis. Clases de yoga, meditación, gimnasia, manualidades, debates, entrevistas, talleres…. lo que puedas imaginar, lo tienes a un click, desde el sofá.
Otra cosa es que este «tratamiento VIP» no sea rentable económicamente en una sociedad construida en base al low cost y el mucho volumen, pero es lo que ahora tenemos. Y no tenemos ni idea de por cuánto tiempo se va a quedar así, pero algunos apuntan que más de lo que creemos.
Aunque igual ahí está – quizás – el origen del problema, y no en el bichito que nos revienta los pulmones por dentro sin que lo veamos entrar.
Quizás – y solo quizás – es que lo que tenemos que reinventar es el cómo compramos, qué compramos, cuándo compramos, cuánto compramos y a quién se lo compramos. Porque igual va a haber cosas que sí o sí habrá que hacer por internet de manera autónoma, y solo unas pocas – aquellas que aporten valor y que con su precio justifiquen el coste de aportarlo – se hagan presenciales.
Quizás – y solo quizás, insisto, que esto es solo un pensamiento tirado al aire en el blog de un Don Nadie – el problema es que sobra oferta en unas cosas y falta en otras. O que hemos atado los perros con longanizas y a lo que nos hemos dado cuenta los perros tenían hambre y se las han comido. Y ahora toca correr tras los perros.
Porque antes ese tipo de situaciones solo se daban para jeques, millonetis, famosos y futbolistas, y lo conseguían a cambio de tickets de caja de infarto. Yo te abro mi tienda/restaurante/garito en exclusiva y tú te dejas un buen fajo. En concreto, más del que haría con todo abierto. Todos contentos. Tú molas, yo facturo.
Pero, ¿qué hacemos a partir de ahora en un Primark o un H&M, abierto para 15 o 20 personas que van a comprarse, con suerte, una camiseta de 9,99€? ¿O qué hace el de la terraza con el grupito de cuatro encantadoras ancianas – o el aguerrido emprendedor sinoficiner armado con sus AirPods y su portátil de última generación – que se pasan media mañana sentados en la mesa con un café con leche? Vamos a empezar a vivir situaciones que aún no están escritas en los libros de gestión, y que vamos a tener que resolver. Y a poder ser, con una sonrisa en la boca, aunque por dentro se nos lleven los demonios.
Siempre se ha dicho que nadar y guardar la ropa es cosa harto difícil, pero igual toca nadar vestidos para salvar la situación. ¿Cómo le digo a las abuelitas, que normalmente ya me viene bien que estén porque llenan huecos y crean efecto llamada, que ahora no me interesa que vengan? ¿Cómo se lo hago entender al del portátil que me da puntos de molaridad con su manzanita? ¿Cómo doy prioridad a clientes de alto valor, sin incomodar a los habituales?
Porque los problemas de la logística de los ecommerce, el drama sin resolver de la última milla, los impuestos intraeuropeos, la doble imposición y todo esas cosas que tan bien queda discutir en twitter está claro que hay que resolverlas, pero los comercios de barrio, los bares, las papelerías, la ferretería y Modas Maripili también tienen problemas. Y quizás hasta más complejos de resolver, porque quizás – y solo quizás – no hay mercado para todos. Porque ahora sobran VIPS, pero son (somos) VIPS sin dinero. Pero están probando esto de tener aire a su alrededor y, por sus caras, diría que les está gustando. Porque a lo bueno – y estar tranquilo, sin agobios, diría que es objetivamente bueno – se acostumbra uno rápido.
Si evitar las masas es la nueva normalidad, ¿qué harán los que dependían de las masas para sobrevivir?
Y no estoy hablando de los panaderos.
Ojo a esto.
Paz!
L.
Totalmente acertado Lucas, la sociedad ha cambiado. Esa nueva realidad a la que haces referencia ha cambiado nuestro modo de actuar, hemos/han descubierto servicios a los que antes se tenía terror como las compras on-line y cuando haces la primera y ves que va bien…… El pequeño comercio no puede quedarse con el eslogan de «Comercio de Barrio, apóyalos» etc… tiene también que reinventarse. Y de la misma forma que unos deben bajar del «Olimpo de los Dioses» al mundo terrenal de menos masas y más humanizado, los que se quedan en el «Infierno» deben subir, igual a un espacio llamado «Purgatorio» donde todo se equilibre……..o no
Gracias Lucas por tan buen artículo
Ese es el punto, Robert. Todos nos vamos a tener que mover. El reto es acertar hacia dónde nos vemos… para coincidir.