A día de hoy las personas tenemos acceso a un número mucho mayor de fuentes que en el pasado, y accedemos a ellas a través de un número mucho mayor de canales que generaciones anteriores, pero esa experiencia de búsqueda, descubrimiento, consumo y reacción se produce en un porcentaje altísimo en un único dispositivo: nuestros teléfonos.
Y nuestros teléfonos han pasado a ocupar un lugar en nuestra jerarquía de propiedades absolutamente absurdo, convirtiéndose de facto en nuestro bien más preciado, el elemento del que no podemos prescindir ni alejarnos más de 1 metro las 24 horas del día, la llave de acceso a nuestra vida, digital o no digital. A través de ellos no solo accedemos a internet o consumimos contenidos, sino que también nos expresamos y construimos nuestra identidad digital. Publicamos en nuestras redes, pagamos, escuchamos música, abrimos puertas, jugamos, vemos la tele, encendemos las luces, ligamos, buscamos trabajo, nos guiamos en nuestros viajes, hacemos fotos, grabamos videos e incluso, de vez en cuando, llamamos. El teléfono es nuestro punto personal de conexión con el exterior.
Esto provoca que todo lo que entra en él puede ocupar una de las dos categorías posibles: o nos interesa, o nos molesta. No hay punto medio. El teléfono es un espacio hiperpersonal (este concepto lo explica maravillosamente bien Javier G. Recuenco en una deliciosa conversación con Jaime Rodriguez de Santiago en su MUY recomendable podcast Kaizen) del que somos muy celosos, y no reaccionamos de la misma manera a una misma información si la recibimos a través suyo o a través de un canal que consideramos «neutro» (un periódico, la tele, una valla…).
En cierto modo, esperamos que lo que nos llegue a través del teléfono (o de la tablet), sea de quien sea, ha de estar dirigido específicamente a nosotros, ha de ser una comunicación personalizada. La comunicación generalista, los mensajes genéricos, las campañas «de masas» no las queremos recibir ahí, nos resulta intrusivo, nos despista, nos hace perder el tiempo. Y el gran problema es que las marcas siguen – por lo general – sin saber comunicar directamente con las personas. Siguen ancladas en la comunicación masiva. En disparar a lo gordo y cruzar los dedos. En construir marca. Lo de personalizar la comunicación, definir el segmento, personalizar el mensaje, en definitiva, ser relevantes en lo micro, es un esfuerzo demasiado grande. O demasiado difícil.
O quizás sea solo que a base de repetir tantas veces eso de que «ahora cualquiera puede tener un canal de alcance planetario» (entonemos todos juntos el mea culpa, compañeros consultores) ahora nos encontramos que las marcas se lo han creído y no quieren abandonar ese mundo de fantasía, despreciando el alcance cercano.
¿Y cómo salimos de eso? Parando y pensando, primero. Empatizando. Siendo sinceros. Honestos, incluso, por demodé que esté el concepto. Dándonos cuenta de que eso que nosotros sentimos cuando nos llegan a nuestros teléfonos mensajes o contenidos de otras marcas, también le pasa a la gente cuando recibe los nuestros. Nos molestan. Nos interrumpen. Nos ponen de mala leche. Nos parece tirar el dinero y rara vez nos predispone a la compra.
No repitamos esos patrones que a nosotros como usuario nos molesta sufrir. ¿Que es mucho más complicado y costoso? Sin duda alguna. Pero también más gratificante. Pasar de «publicar» a «conectar» es un salto cuántico que hará pasar tu comunicación a un nivel superior. De repente, se produce la conversación. Y además es bienvenida y genera reacciones positivas. ¿No es eso lo que buscamos todos?
Ahora, también te digo una cosa; las conversaciones se empiezan mejor en petit comité. Y luego, ya si eso, se convertirán en festivales. O no. Que eso ya depende de muchos otros factores.
Paz!
L.
Se puede aprender más de un blog?
No sé cuánto tiempo llevo siguiéndote pero es que siempre SIEMPRE me han interesado tus pensamientos vagabundos…
Sólo espero que todo lo que aprendo de ti no me lleve a molestar a otras en mi BLog…
o al menos que sea un molestar como del que habla Risto Mejide en su libro Annoyomics.
Gracias! Pocas personas han influido de una manera tan decisiva en lo que escribo y cómo lo escribo.
Paz.
De verdad? Pues mil millones de gracias a ti, por leerlos!
Lo digo siempre, pero es muy cierto, si lanzándolos al aire consigo hacer pensar solo a una persona cada lunes, para mí ya es recompensa suficiente. Aunque lo que dices me deja un poco abrumado, la verdad.