En un mundo de superabundancia de contenidos, creadores y propuestas, echo en falta anclas a las que agarrarnos, contextos que expliquen y justifiquen modismos, formas, estilos, e incluso palabras y actitudes. Me faltan universos compartidos, más allá de las tendencias que caducan a la velocidad del rayo, la pose de gracieta y el hashtag de turno.
En el pasado esos contextos los aportaban la conciencia de clase, la música, el deporte, la religión o incluso el barrio en el que crecías, por poner algunos ejemplos, que te marcaban y definían durante años, pero ahora todo eso se ha despersonalizado e igualado, y ya no sirve de identificador.
Las tribus se han desdibujado. Nos quedamos con la capa exterior, sin profundizar en lo que hay debajo. Gente sin moto vestida “de motera”, flacos cadavéricos con camisetas de fútbol porque los colores les pegan con la tote bag del mes, modernas vestidas con zapatillas de trailrunning y atrocidades similares. Ni viven la moto, ni juegan al fútbol, ni corren, pero adoptan y reinterpretan sus claves.
Son “sistemas de diseño” aplicados a personas. Entes modulares con el plugin de moda.
Igual que ahora todas las web parecen la misma web, que todos los coches parecen el mismo coche, las personas tendemos a igualarnos también en un bucle continuo de renovación sin poso alguno, cebados por el algoritmo. La búsqueda constante de ser distinto pero a la vez igual a otros, no sea que nos quedemos sólos o atrás y no salgamos en la foto o en el “para ti”.
Algunos piensan que ese papel de generador de tribus, de comunidades de identidad, lo pueden jugar las marcas. Yo no lo tengo tan claro. Mi cabeza me dice que sí, que algunas (no todas!) podrían, pero mis ojos lo descartan. Porque lo que pienso y lo que veo no está alineado. Para hacerlo necesitaríamos marcas con propósitos claros, con ideales y valores definidos, mensajes coherentes y “activistas”. Y esas son las menos. Las marcas de ahora llevan implícito el apellido “comerciales” a su nombre, y huyen espantadas de todo aquello que no les sirva para “ampliar su alcance y atractivo”.
Sería bonito, pero mientras sigamos pensando que posicionarse implica molestar y restar, no lo haremos. Y no nos damos cuenta de que posicionarnos, definirnos y actuar en consecuencia, además de molestar y restar a algunos, también sirve para conquistar, atraer y retener a otros. A la gente adecuada, además. A la que piensa, siente y vive como nosotros.
Y eso se consigue con contenidos, sí, pero sobre todo con contextos.
Construyendo mundos en los que esos a quienes quieres atraer, quieran vivir y relacionarse entre ellos.
Tu papel como marca es extender el mantel y poner la mesa.
Y si la comida es rica, ellos vendrán a sentarse y generarán la conversación.
¿Dónde quieres poner la mesa? ¿Quién quieres que se siente a ella?
Pero recuerda que las sillas no son infinitas. Los sitios donde plantarlas tampoco.
Defínete y haz cosas.
Paz!
L.
Interesante. Hace un tiempo era la música la que lideraba esa creación de tribus, el rock, el punk, el rap, pero con la estandarización del pop y el hiphop todo eso se ha desdibujado.
La gente es una réplica de la gente.
Un réplica cambiante, me atrevería a matizar. Porque antes también éramos réplicas, pero una vez «te definías», te mantenías ahí. Ahora cambiamos (cambian) al ritmo de los trending topics, por lo que ninguna iteración nos (les) define realmente.