Cuando todos los canales de comunicación viven en el mismo dispositivo (el teléfono) es difícil diferenciar entre ellos. Especialmente por parte del propietario del dispositivo. Si todos sirven para lo mismo, y en todos contamos lo mismo, ¿cuál es la verdadera diferencia? Y sobre todo, ¿quién define cuál es el “adecuado” en cada momento, o para qué usar cada uno de ellos?
¿Por qué pensamos – los profesionales del marketing y la comunicación – que es “correcto” que una marca lance sus mensajes en whatsapp, o que trufe la navegación en instagram con sus propuestas comerciales? ¿Estamos llevando demasiado lejos la máxima de “hacernos presentes donde está nuestra audiencia” y la omnicanalidad (mal entendida)?
Ahora mismo vivimos en un “totum revolutum” de canales, y en cualquiera de ellos (facebook, X, Instagram, TikTok, Youtube, Whatsapp, teléfono, email…) puedes hablar con tu prima, quedar con tu amigo, pedir un presupuesto al fontanero, dar un parte al seguro o hacer un cambio de titular de tu contrato de la luz. Pero es que además de poder abrirles una conversación, en todos ellos también publican, lo que genera un ruido ensordecedor a veces.
Y es que la bidireccionalidad ha pasado de ser una opción a considerarse casi una obligación, con todo el desgaste que eso llevo en las dos partes. Porque a veces tan cansado es pensar qué contar, como esquivar lo que nos quieren contar.
¿Y tiene esto alguna solución? La verdad es que es complicada, y eso que los datos deberían darnos pistas. Los alcances siguen cayendo en barrena, y en lugar de pararnos a entender por qué, lo “combatimos” aumentando el volumen de publicaciones, acelerando con ello el efecto que queremos evitar, porque tenemos miedo de que si bajamos la frecuencia se van a olvidar de nosotros.
Estamos vendidos a la tiranía de la atención, y a la crueldad de la saturación y el bajo recuerdo, y lo pretendemos solucionar bajando la calidad, derivada inevitable del aumento de la producción. Especialmente si esta no viene acompañada del aumento de recursos y dedicación, dos seres mitológicos de nuestro particular mundo profesional, cada vez más difíciles de ver en acción por culpa de la inmediatez.
A veces imagino un mundo en el que las marcas centraran su comunicación saliente en uno o dos canales principales, y dejaran el resto simplemente como canales de contacto. Un mundo en el que las piezas que lanzaran, en el formato que hubieran elegido (texto, audio, video…) fueran tan buenas, tan relevantes, tan bien ejecutadas, que su público objetivo, e incluso personas que orbitaran en los alrededores de su audiencia principal, lo consumieran con gusto y le dedicaran tiempo voluntariamente. Y si luego quisieran contactar con la marca para lo que fuera, pudieran hacerlo a través del canal de su elección, donde siempre encontrarían respuesta, emitida en el tono, lenguaje y formato del canal elegido.
Un mundo en el que las marcas dejaran de perseguir a los usuarios por todos los rincones, interrumpiéndoles y molestándoles, porque la potencia de su mensaje y la claridad de su propuesta haría que su onda expansiva les llegara de manera orgánica, amplificada por sus propios clientes, orgullosos de usarla/consumirla, atrayéndoles a su universo.
Supongo que ese mundo, a día de hoy, es una Utopía, producto de la fragmentación de canales y audiencias, y de la obvia sobreexistencia de marcas, productos y servicios, muchos de ellos innecesarios e indiferenciados, que necesitan crear ruido y confusión para hacerse ver, aunque sea por un instante, y con algo totalmente irrelevante.
¿De verdad la política actual – del exceso de mensajes, de sobreproducción de contenidos y la constante invasión de canales – nos está acercando al que debería de ser el objetivo a alcanzar? El de la relevancia, la diferenciación, la conexión genuina con nuestra audiencia y la generación de deseo.
Algo me dice que en la mayoría de casos quizás no.
Porque que te recuerden no es suficiente.
Tienen que recordarte en positivo.
Y tenerte ganas.
Si no es así, quizás se acuerden de ti… para evitarte.
Y si es para eso, casi mejor que ni te conozcan, no?
¿O aún vamos a dar por bueno eso del “que hablen, aunque sea mal”?
No hemos aprendido nada… y encima lo demostramos en todos los canales posibles.
Estar en ellos, sí. Gran idea.
Querer ser el centro de atención en todos, quizás no.
Porque igual no es eso lo que espera y desea nuestra audiencia.
¿Te lo has planteado?
Respetar sus deseos también es ponerles en el centro de la estrategia.
Paz!
L.
Muy buen post. Yo he reducido mi presencia en redes sociales (la verdad solo estoy en linkedin y en twitter, aunque en esta replico lo de linkedin) e incluso en publicar en mi web. Solo publico lo que trabajo por mi cuenta (sin chat gpt y similares) y que considero de calidad suficiente. Mis estadísticas de visualizaciones son similares a las de antes que publicaba más, pero curiosamente tengo más peticiones de presupuestos y más trabajo. Tal vez estoy recogiendo lo sembrado, no lo sé.
Y trato de leer en redes aquello qué sé que me puede aportar valor. Evito lo que no.
Una primera consecuencia positiva es que dispongo de más tiempo. Una segunda, trabajo con más calidad en mis clientes.
Todo ventajas entonces, Paco!
Muchas gracias por este post.
Acabo de ver a Sandra Parmo (que usa Instagram) decir que se va del marketing precisamente por esa deriva loca que está teniendo de multiplicar presencia machacona en redes sociales, muchas veces con bulos y medias verdades, porque las cosas tienen más alcance (parece) cuanta más polémica se genere.
Como usuaria, estoy desuscribiéndome de boletines y he silenciado a un montón de gente (primero en Twitter y luego en LinkedIn, que son las que uso).
Creo que escoger una o dos redes y trabajarlas bien es lo ideal, desde luego (además de la página web).
Muchas gracias por ser una voz a favor de la razón y de parar un poco la vorágine.
No conozco a Sandra Parmo, pero lamentablemente no sorprende esa «huida», incluso por razones terapéuticas. Según en qué redes especialmente. Es una tesitura en la que cada vez veo a más gente.
Gracias a ti por leer mis reflexiones, Mar.